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LA VERDAD ACERCA DEL PECADO

La aflicción, la frustración y la desilusión total llenaban el corazón del joven que relataba lo sucedido. Había caído en una tentación de la cual creyó que ya se había liberado. En ese momento, las consecuencias de su pecado parecían insoportables. ¿Llegaría a perder su familia, su trabajo y la esperanza de otra oportunidad con Dios?

El pecado nos llevará más lejos de lo que quisiéramos ir; nos promete más pero lo único que hace es dejarnos con dolores de cabeza y temor. Como un drama que se presenta en el escenario de la vida real, el pecado nos promete contentamiento y satisfacción, pero sólo nos deja todo lo contrario. Pregúntele a cualquiera que haya sufrido los estragos del pecado, y recibirá una lista de las trágicas consecuencias que éste acarrea.

El engaño: la locura del pecado

Uno de los engaños más sutiles del pecado se da cuando llegamos a creer que la tentación ya no nos dará problemas. Oswald Chambers cita un ejemplo de esto: “Joab pasó la gran prueba: se mantuvo leal y fiel a David y no se fue tras el ambicioso de Absalón. Sin embargo, en los últimos años de su vida se fue tras el cobarde de Adonías.

“Nunca se le olvide el hecho de que el lugar adonde un hombre ha retrocedido es el mismo lugar adonde cualquiera puede retroceder (1 Co 10:13). Si usted ha pasado por una gran crisis, manténgase ahora alerta a las cosas pequeñas; tenga presente el ámbito de los detalles pequeños”. El apóstol Pedro nos amonesta diciéndonos: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo” (1 Pe 5:8,9).

Una de las primeras lecciones que tenemos que aprender cuando estamos enfrentando el pecado es que necesitamos al Salvador. Sin Él, nada podemos hacer, y, ciertamente, si no tenemos el poder y la protección del Señor, no podremos enfrentar al enemigo de nuestras almas ni vencerlo. Todo pecado es rebeldía contra Dios; es un obstáculo entre nosotros y el que nos ama con amor eterno. El pecado debería partirnos el alma porque entristece el corazón de Dios.

Muchos creen que el pecado se originó en el huerto de Edén, cuando Adán y Eva desobedecieron a Dios. Pero lo cierto es que tuvo su origen con la caída de Lucero, cuando éste se enalteció y se rebeló contra Dios (Is 14:13). La tentación levantó su primera fortaleza en el huerto de Edén, cuando la serpiente (Satanás) tentó a Eva, haciéndola dudar de la bondad y el plan de Dios para ellos. El pecado siempre nos incita a hacer las cosas sin tomar en cuenta a Dios.

Cuando consideramos las veces en que hemos cedido a la tentación, no tardaremos mucho en darnos cuenta de que esas fueron las ocasiones en que actuamos sin tomar en cuenta al Señor y desobedecimos su Palabra. Después de exponer la situación de su propio pecado y su impotencia para vencer las tentaciones que lo acechaban, el apóstol Pablo clamó a Dios, diciendo: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Ro 7:24). La respuesta siempre ha sido una sola, y Pablo nos la da en el versículo 25: “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro”. Sólo el Señor Jesucristo puede librarnos del poder mortal del pecado.

El pecado nos afecta en tres maneras:

Nos esclaviza espiritual, mental y físicamente. Antes de su caída, Adán y Eva no conocían el poder del pecado. Pero cuando cayeron, se dieron cuenta de sus graves consecuencias. Hace que nuestra relación con Dios y con otros creyentes se deteriore. Eso fue lo que pasó en el huerto de Edén, después de la caída. Adán había tenido siempre y sin impedimentos comunión con Dios, pero el pecado introdujo la vergüenza y el temor en esa relación. Por primera vez, Adán se escondió cuando oyó la voz de Dios.

El engaño del pecado está en hacernos creer que Dios se ha apartado de nosotros. El enemigo tiene una misión: destruir nuestra relación personal con el Señor, y hará cualquier cosa para evitar que conozcamos el amor y la gracia de Dios. El pecado también causa división entre nosotros y otros creyentes. Cuando nuestra comunión con Dios se ve perjudicada, pronto descubrimos que la comunión con otros creyentes queda dañada.

Expone a los inconversos a la condenación eterna. La gracia de Dios es el único medio por el cual los inconversos pueden recibir la vida eterna. Los que no han recibido a Cristo como su Salvador están bajo la condenación del pecado.

La única cura para el pecado  

La gracia de Dios es lo único que puede sanarnos del pecado. En Romanos 5:15, el apóstol Pablo dice: “Pero el don no fue como la trasgresión; porque si por la transgresión de aquel uno murieron los muchos, abundaron mucho más para los muchos la gracia y el don de Dios por la gracia de un hombre, Jesucristo”.

La ley divina establece que el pecado debe pagarse con un sacrificio. Ello explica por qué Dios instituyó el sacrificio por el pecado. En el Antiguo Testamento, esto se realizaba obedeciendo la ley. Pero la venida de Cristo, el Hijo de Dios, cambió esto para siempre. No tenemos que ofrecer sacrificios por los pecados porque Cristo es nuestro sacrificio (Jn 1:29).

Su muerte en la cruz pagó en su totalidad la deuda de nuestros pecados: pasados, presentes y futuros. La gracia y el perdón que Dios nos mostró no es de ninguna manera una excusa para continuar en el pecado; sino, todo lo contrario, es un llamado a amarle más y a una comunión más intima con Él.

Lo que no podíamos hacer por nosotros mismos, Dios lo hizo por nosotros. Para el ser humano es imposible liberarse del poder del pecado. Por más obras buenas que hagamos y por más que nos esforcemos en ser buenos y mejorar nuestra vida, jamás podremos merecer la gracia y el perdón de Dios. La única manera en que podemos presentarnos limpios e inocentes ante Dios es por medio de la sangre de Cristo.

La solución de Dios para el pecado

Mientras vivamos en este mundo, el pecado luchará por controlar nuestra vida. Los perdidos no pueden hacer nada para vencer a la tentación. Por tanto, el pecado puede fácilmente controlar sus vidas por medio de pasiones y lujurias. Pero los que conocen a Cristo tienen su poder sobrenatural dentro de ellos. Debido a que sus vidas están escondidas en Cristo, pueden decir no al pecado y sí a la santidad y pureza en Cristo.

Esto lo hacemos por el poder del Espíritu Santo que mora en nosotros. Cristo conoció el poder de la tentación. Él hizo frente a la tentación y salió victorioso. La manera en que Él anuló el poder del enemigo fue por la Palabra de Dios. Esta es nuestra única defensa contra las maquinaciones de Satanás. Aunque los creyentes ya no están bajo la condenación del pecado; sin embargo, tienen que enfrentar los ataques que Satanás lanza contra los hijos de Dios. ¿Hay alguna tentación con la que usted ha estado luchando? Usted podrá vencerla, pero sólo por la fe en Cristo.

Dios ha provisto la manera de que usted pueda experimentar la bondad de su gracia por la eternidad. En Romanos 8:1, Dios dice que no hay ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús. Una vez que recibimos al Señor Jesucristo como nuestro Salvador, somos liberados de la condenación del pecado. Cristo destruyó el poder del pecado.

En 1 Juan 2:1.2, dice: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo”.

El amor de Cristo por nosotros es tan grande que Él continúa intercediendo por nosotros ante el Padre. Por eso, cuando Dios ve nuestra vida, sólo ve la obra de expiación que Cristo hizo por nosotros. Es cierto que el pecado entristece el corazón de Dios, pero no lo toma por sorpresa. Él conocía todo acerca de su vida antes de que usted naciera y, aun así, decidió amarle incondicionalmente por la eternidad.

La verdad acerca del pecado es que éste siempre nos perjudica, nos destruye y nos deja con sentimientos de desesperación. Sin embargo, tenemos un Libertador. Jesucristo venció al mundo, al pecado y a la muerte (Jn 16:33). El mismo poder de Dios que estaba en Jesucristo, también está a nuestra disposición. “He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará”. Cristo vive en nosotros y nos da el poder para tener victoria en la vida.

Si usted ha caído en pecado:

Pida al Señor que le perdone. Reconozca que lo que hizo no es correcto o no refleja lo que usted es en Cristo. Pídale que le restaure a la comunión con Él. Cuando pecamos, nos apartamos de la voluntad de Dios para nuestra vida. Sin embargo, nunca nos apartamos de su amor perfecto hacia nosotros. Cuando pecamos, el Espíritu Santo nos redarguye inmediatamente. Cuando sufrimos por haber pecado, esta es una manera en que Dios nos llama la atención y nos hace volver a Él.

Decídase a apartarse del pecado (Jn 8:7). Eso es lo que significa el verdadero arrepentimiento. Cuando el pecado gana ventaja en nuestra vida, es necesario anular su poder. Recuerde que algo pequeño puede convertirse en algo poderoso y grande. Si usted cree que esto es lo que ha sucedido en su vida, sepa que Cristo está dispuesto a libertarle cuando usted se lo pida. Hay que ser duro con el pecado porque éste es duro con nosotros y su fin es destruirnos. Por eso, no resista al Espíritu de Dios, aunque ello signifique buscar el consejo de otros.

Aplique la Palabra de Dios a su corazón. Nunca confíe en sus sentimientos. Confíe en la Palabra de Dios y en lo que dice acerca de su justificación y perdón y adopción como hijo de Dios para siempre. Si usted no tiene el hábito de leer la Biblia, pida al Señor que ponga en  usted el deseo de leer su Palabra. Estúdiela, medite en sus verdades y deje que Dios hable a su corazón por medio de sus enseñanzas (Mt 4:4). Cristo venció a Satanás con la Palabra de Dios; usted puede hacer lo mismo (Lc 4:1-13).

Aproveche sus fracasos para testificar de su fe a otros. Usted quizá no pueda contar todos los detalles en cuanto a su salvación y liberación del pecado. Sin embargo, Dios puede usar su vida para fortalecer a otros que han caído en pecado. Un ejemplo de esto lo vemos en Pedro, cuando negó al Señor. Dios ha usado esa experiencia de Pedro un sin fin de veces para demostrar su gran amor y perdón.

Aunque Pedro cayó, el Señor lo levantó y le ordenó que continuará en su labor en el reino de Dios (Jn 21:15-17). Dios nos salva para que su nombre sea glorificado; nos perdona para que comprendamos nuestra necesidad personal del Salvador, y nos fortalece para que no nos demos por vencidos y podamos fortalecer a otros que han caído.

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